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                          Jorge B. Rivera: fundaciones y márgenes  
                            de la cultura en una nación no periférica. | 
                         
                        
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                          | Entre Eduardo Gutiérrez, publicado por el Centro Editor de América Latina  en 1967, y La primitiva literatura  gauchesca, publicada por Jorge Álvarez en 1968, puede leerse un proyecto  crítico y una intervención en el canon de la historia de la literatura y la  cultura argentinas. La primitiva  literatura gauchesca propone una fundación para esa historia. Eduardo Gutiérrez propone una inflexión decisiva  para su refundación moderna. En ambos casos, la elección está del lado de lo  que el mismo Rivera llamaría literaturas  marginales y, en ambos casos, lo que se pone en juego es el carácter  original –por oposición a derivado- y nacional -por oposición a importado- de  esas elecciones.  | 
                         
                        
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                          | La pregunta por los orígenes de  la literatura argentina contaba desde Ricardo Rojas con antecedentes y debates  notables. Sin embargo, el ensayo de David Viñas, Literatura argentina y realidad política, publicado también por  Jorge Álvarez en 1964 (no puede dejar de mencionarse que las tapas del libro de  Viñas y de Rivera son idénticas), proponía una periodización con la que Rivera  entra en discusión. El libro de Viñas supone una lectura en clave sociológica  de la literatura que forma parte de un horizonte de intereses completamente  afines a la mirada de Rivera pero también una interpretación de la historia  política e intelectual argentina con la que mantendrá una evidente distancia  ideológica. Ambos leen la literatura buscando huellas de la sociedad y la  política, ambos ubican a la profesionalización del escritor entre sus temas dilectos,  pero no organizan el mismo canon, ni comienzan la historia en el mismo  principio. Mientras para Viñas “la literatura argentina empieza con Rosas”  (p.4), para Rivera empieza con la gauchesca (primitiva). En esta diferencia se  juegan para Rivera la no autonomía de la literatura y la autonomía de la  Argentina como nación. | 
                         
                        
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                          | Los argumentos de Rivera en este  sentido son bastante elocuentes. En primer lugar, le interesa destacar que la  gauchesca -que representa la lengua, los conflictos y los tipos populares- precede  al romanticismo -que dialoga con Europa- en la literatura argentina:  | 
                         
                        
                          
                            
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                              | Por los años en que aparecen los  primeros “cielitos” y “diálogos” no existe entre nosotros lo que podemos llamar  apropiadamente, dentro de los cánones de la tradición crítica, una literatura  artística”. (30) | 
                             
                            
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                          | Si quedara alguna duda, agrega:  | 
                         
                        
                          
                            
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                              | La experiencia normativa y “regenerante”  de Echeverría es un hecho posterior, que tendrá poca o ninguna influencia en  los autores que nos ocupan. Hacia 1830, fecha del retorno del autor de Los Consuelos, que vuelve impregnado de  romanticismo europeo, la “gauchesca” está perfecta e incuestionablemente  delineada como género, y ha producido ya sus primeras obras representativas (v.  gr., los dos Diálogos patrióticos y la Relación... de Bartolomé Hidalgo).  (Ibidem) | 
                             
                            
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                          | En segundo lugar, que “las causas  de la originalidad que examinamos deben rastrearse fundamentalmente en el  proceso de quiebra que sufrió la cultura colonial ante la irrupción de los  ideales revolucionarios de Mayo” (31). Mientras para Viñas, el viaje colonial  está en el origen de la literatura argentina del siglo XIX, para Rivera ese  origen debe buscarse en la ruptura con la cultura  colonial. | 
                         
                        
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                          | En este sentido, la literatura  gauchesca es doblemente original: porque es primera en un sentido temporal y  porque es autónoma de los centros. Para Viñas la historia cultural argentina  puede sintetizarse en el programa de Echeverría del Dogma Socialista: “tendremos siempre un ojo clavado en el progreso  de las naciones y otro en las entrañas de nuestra sociedad”: “los dos ojos del  romanticismo”. La lectura crítica de Rivera vuelve sus dos ojos sobre “las  entrañas de nuestra sociedad” como si allí, y sólo allí, pudiera encontrarse la  explicación para el devenir de la cultura argentina. | 
                         
                        
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                          | En Eduardo Gutiérrez, le interesa particularmente la discusión sobre  si Gutiérrez “nacionalizó el folletín  de procedencia europea” (21). Rivera hace un rodeo para discutir esta cuestión y  concluye analizando la relación de Gutiérrez con el público y la crítica. Y es al  detenerse en la relación del escritor con los lectores (populares) que Rivera  vuelve al problema de la nacionalización: | 
                         
                        
                          
                            
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                              | Por este camino puede afirmarse también  que Gutiérrez nacionaliza la  literatura en la medida en que su producción supera la falta total de  identificación entre escritores y pueblo que caracteriza al 80, y creer que no  fue la falta de calidad artística de su obra, o lo deleznable de sus  proyecciones, lo que frustró las posibilidades de una gran literatura popular,  sino la ruptura, en el momento siguiente, de esa identidad que él contribuyera  a crear. (29) | 
                             
                            
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                          | “Identificación entre escritores  y pueblo”: imposible no oir resonar aquí a Gramsci que también parece delinear  el mapa de intereses de Rivera (el folletín, la novela policial, la aventura,  la canción...). “Posibilidades frustradas de una gran literatura popular”: los  márgenes no son una vocación sino una coyuntura y Gutiérrez queda de esta  manera situado como un emergente excepcional de la historia cultural o como un  intento que no hace historia, al menos, no inmediatamente. | 
                         
                        
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                          | De esta manera, la gauchesca y el  folletín se presentan como los lugares más adecuados para leer cómo se  enfrenta/identifica el escritor argentino con el pueblo y con la nación. Si la  gauchesca permite leer una fundación para esta relación, el folletín permite  leer su modernización. La producción crítica de Rivera se dedicó posteriormente  a seguir estos procesos de modernización cultural. Desde el El escritor y la industria cultural al Panorama de la historieta en la Argentina,  pasando por múltiples ensayos dedicados al radioteatro, el cine o la canción  popular, nunca dejó de seguir los hilos de este proceso cuyo origen encuentra en  el folletín pero cuya mayor tensión tendrá lugar en la cultura de masas del  siglo XX. La posibilidad de una modernización endógena -no importada ni impuesta  desde los centros- encontraría en los medios de comunicación sus mayores amenazas  y tentaciones pero también su momento de mayor despliegue y expansión. | 
                         
                        
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                          | Si determinar los inicios de una  historia o los momentos de inflexión lo llevan a interesarse por la primitiva  gauchesca y por Eduardo Gutiérrez, el peronismo se convertirá en el gran punto de  inflexión del siglo XX y es en ese periodo culminante de la cultura de masas en  la Argentina donde Rivera encuentra un  punto de llegada y una nueva fundación. Probablemente,  en El escritor y la industria cultural es donde puede leerse más claramente este derrotero. Allí, Rivera –que no  menciona el libro de Viñas para hablar del pasaje de los gentlemen escritores a los escritores profesionales, en un gesto  que definitivamente no puede leerse como descuido o ignorancia- sostiene dos  argumentos: 1) en el proceso de modernización, la industria cultural es el  espacio por excelencia de inclusión de los escritores/productores culturales y  del público; 2) ese proceso sigue en la Argentina de la primera mitad del siglo  XX un desarrollo comparable al de los  países centrales (esto significa que por momentos importa, por momentos exporta  y por momentos compite con ellos).  | 
                         
                        
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                          | Sostener la hipótesis de este  proceso de modernización endógena e inclusiva tuvo en Rivera dos sentidos muy  distintos a principios de la década del setenta o durante la década del ochenta.  Vale la pena recordar que El escritor y  la industria cultural se publica en la segunda edición de Capítulo. La historia de la literatura  argentina que comienza a salir en 1979, mientras que Medios de comunicación y cultura popular, escrito en colaboración  con Aníbal Ford y Eduardo Romano, se publica en 1985. A principios de los años  setenta, el debate teórico estaba centrado en el problema de la industria  cultural y la discusión ideológica estaba orientada a la denuncia de los medios  concebidos como agentes ideológicos del imperialismo, una idea que encontró una  formulación de gran popularidad en Dorfman y Mattelart. Frente a la crítica  frankfurtiana a la industria cultural, Rivera opta por una concepción que  valora positivamente la industria cultural por su capacidad inclusiva para con  los sectores medios y populares. Frente a las denuncias de imperialismo  cultural en los medios de comunicación contemporáneos, Rivera opta por  reivindicar la construcción de una industria cultural nacional que, además, el  peronismo había llevado a su punto culminante. Esto ocurría en un contexto  local donde el peronismo se estaba redefiniendo aceleradamente y mantenía una  compleja relación con los medios contemporáneos. | 
                         
                        
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                          | A principios de los años ochenta,  en cambio, el peronismo fue derrotado por primera vez en elecciones  democráticas libres. La identidad entre intelectuales peronistas y pueblo era  hasta entonces un bastión inexpugnable que no exigía demostración. Sin embargo,  el alfonsinismo obligó a redefinir sus argumentos. Se trata de un periodo donde,  paradójicamente, muchas hipótesis de Rivera sobre la industria cultural se  convierten en moneda corriente. Pero se ponen de moda aplicadas a periodos y  objetos ajenos a los intereses de Rivera. En el campo de los estudios en  Comunicación y Cultura, donde Rivera pasa a ocupar un espacio institucional al  hacerse cargo de la Cátedra de Historia de los medios en la Carrera de Ciencias  de la Comunicación de la UBA, la telenovela será un objeto privilegiado para la  redefinición de la industria cultural y su relación con las culturas populares.  Rivera, que había inaugurado la reflexión sobre el folletín y sobre el  radioteatro en la Argentina, no se interesa particularmente sobre el teleteatro  y no participa de esa moda. Y de hecho, la televisión –más asociada a la  expansión trasnacional de la década del sesenta y no a la edad de oro del  peronismo- le resulta bastante ajena a sus intereses. | 
                         
                        
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                          | Por otra parte, durante la década  del ochenta, la historia cultural y los estudios culturales argentinos en pleno  auge focalizan su atención en la década del veinte. Si el diálogo con Viñas permite  leer el sentido de las elecciones de Rivera sobre el siglo XIX argentino, las  elecciones de Beatriz Sarlo durante esos años podrían leerse en diálogo con  Rivera. El imperio de los sentimientos (1985) retoma hipótesis sobre el folletín pero en el contexto del yrigoyenismo. Una modernidad periférica (1988) y La imaginación técnica (1992) cierran,  en cierta forma, este proyecto de relectura de la historia de la cultura  argentina a partir de la hipótesis de que la literatura sentimental y la  técnica jugaron un rol decisivo para la inclusión de los sectores populares al  proceso de modernización que tuvo lugar en la Argentina durante la década del  veinte. Subrayar la década del veinte como el momento de mayor visibilidad de  los sectores populares en la Argentina discutía la identificación entre  culturas populares y peronismo en la cultura argentina del siglo XX que es  central en la interpretación de Rivera. En Sarlo, por otra parte, la concepción  de una “modernidad periférica” es central para la interpretación de ese  proceso. Rivera, en cambio, nunca concibió la cultura argentina como periférica.  En un gesto que combinaba una concepción triunfante de los procesos de  nacionalización con una fuerte convicción culturalista, concebía como autónoma  la cultura de un país que, en otros planos, pensaba dependiente. En este  sentido, entiendo que el “culturalismo” en Rivera tuvo su origen en una opción  ideológica pero también en una opción intelectual a secas. La figura de Jaime  Rest y las tempranas lecturas de Richard Hoggart y Raymond Williams que Rest  introdujo en la Argentina no le fueron ajenas. Sin embargo, en este punto,  Rivera también eligió un estilo que podría calificarse de marginal y no  periférico. Nunca explicita la referencia teórica. Sus ideas parecen surgir de  la lectura de la empiria histórica. Su sistema de citas es funcional a la  ilustración de personajes, introduce una nota picaresca o “deliciosa”, jamás una  legitimación para las ideas sino, en todo caso, una ilustración erudita. | 
                         
                        
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                          | Todos quienes conocimos a Rivera  y disfrutamos de su oralidad, sabemos de su erudición que, personalmente, nunca  dejó de resultarme abrumadora. Como en Borges, las referencias de Rivera  durante una conversación podían llegar a ser tan variadas y extravagantes que resultaba  difícil no sospechar el engaño, preguntarse hasta donde mentía o recordaba. La  comparación no es azarosa. En una entrevista que Rivera le hizo a Borges en  1981 –reproducida en este dossier- tuvo lugar el siguiente diálogo: | 
                         
                        
                          
                            
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                              JBR: Por esos años usted emprendió el estudio  del anglosajón y profundizó sus estudios sobre las literaturas germánicas.  (...) ¿Cómo suena el anglosajón, Borges? 
                                JLB: Voy a decirle algo que usted sabe de  memoria. Pero sabe de memoria en otros idiomas (en los que) usted va a  reconocerlo enseguida.  
                                Y  Borges recita un fragmento de un texto canónico en uno de los cuatro dialectos  del inglés antiguo -que ni él mismo recuerda exactamente cuál es-; para luego  desafiar: “¿Qué es eso?” 
                                JBR: Voy a arriesgar una hipótesis... 
                                JLB: ¿Qué? 
                                JBR: Pienso que puede ser un texto bíblico...  Pero hay un par de palabras que me inclinan a pensar que es el Padre Nuestro. 
                                JLB: Es el Padre Nuestro, exactamente. Usted es  la primera persona en el mundo que acierta. | 
                             
                            
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                          | La idea de que Rivera es la  primera persona en el mundo que adivina la respuesta para un acertijo de Borges  sólo resulta extraña para alguien que no haya conocido a Rivera. Sin embargo, esa  erudición que en Borges fue un signo de su cultura universal, en Rivera no tuvo  un reconocimiento equivalente. Por el contrario, creo que su erudición fue  leida, a veces, como la acumulación no razonada de datos, más cercana a la  memoria de Funes que al razonamiento lógico de su creador. La erudición  aplicada a los objetos de la cultura popular es fácilmente asociada al  autodidactismo y a la dificultad para las clasificaciones. Rivera se movió por  las referencias a las vanguardias con la misma soltura -y solemnidad- que por  los estilos de la historieta. El no reconocimiento –porque de ninguna manera  podría pensarse en desconocimiento- de las fronteras culturales tuvo un alto  costo en su propio reconocimiento en el campo de la crítica. | 
                         
                        
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                          | Por otra parte, sus trabajos  resultan tan contrarios a los parámetros académicos actuales que se vuelven  cada vez más difíciles de ensasillar. Son ensayos con una abrumadora cantidad  de información cuyas fuentes resultan, a veces, oscuras. Muchos de sus libros fueron  publicados en colecciones de divulgación, sus artículos en el ámbito del  periodismo. Como titular de la Cátedra de Historia de los Medios escribió  múltiples trabajos que son indispensables pero ninguno de ellos corresponde literalmente a una historia de los  medios. Son antes fragmentos, rodeos, episodios dispersos. En otros casos –como  en El escritor y la industria cultural-  eligió una hipótesis fuerte para desplegar el recorrido histórico panorámico de  largo alcance: las formas de inserción, socialización, condiciones materiales  de subsistencia, edición o participación de los escritores en la industria  cultural. En El periodismo cultural o  en Panorama de la historieta excedió,  en muchos sentidos, el objetivo de escribir esa historia. La transgresión de fronteras  culturales que supuso ir desde la literatura a los medios –muchas veces  concebidos como literaturas marginales- al mismo tiempo que reconocía al peronismo  como matriz ideológica de transgresión colocaron a Rivera en un lugar difícil  como crítico. Su relación con la institución universitaria y el mundo académico  también fue complejo: de excesivo respeto y, simultáneamente, de sutil rechazo.  Recuperar el interés por su trabajo permite volver más densa, más rica y más  interesante nuestra historia intelectual. | 
                         
                        
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                          | Personalmente, hubiera deseado estar a la altura  de sus conversaciones y de sus observaciones. Conservo una hojita de cuaderno que  me hizo llegar cuando le conté que quería trabajar sobre los inicios de la  televisión en la Argentina. Me escribió una cantidad de información –que en ese  momento creí dispersa- sobre las experiencias de televisión durante las décadas  del treinta y del cuarenta en la Argentina, algo así como la prehistoria  televisiva. Tardé dos años en encontrar referencias concretas de lo que él  escribió en esa hojita. En algún momento sospeché que, como Borges, había  inventado los datos. En uno de esos momentos paranoicos pensé que lo había  hecho con el único fin de divertirse con mi ignorancia, como un pícaro.  Finalmente, pude constatar que todo era rigurosamente exacto y que yo era  infinitamente más lenta y menos atenta que Rivera. El living de su casa, su  biblioteca y los alrededores siempre desbordantes de libros, revistas,  recortes, papeles y vasos permanecen en mi   memoria como una imagen fiel a esta idea de exceso y de detalle que leo  en sus ensayos. Un exceso donde cualquier mortal podría perderse con facilidad  pero donde él estaba cómodo, literalmente en su casa. | 
                         
                        
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