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                          | El salto inicial de Jorge B. Rivera | 
                         
                        
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                          | Este título puede generar  numerosas confusiones, porque Rivera no fue  atleta, ni nadador, aunque a veces cubrió tareas equivalentes a las de  cualquier atleta, durante su colaboración con diversas colecciones del Centro  Editor de América Latina, a plazo fijo y simultáneas; y en otras ocasiones se  animó a sumergirse en las aguas profundas de temas o problemas que carecían de  una bibliografía previa más o menos establecida, para abrir brechas por las que  luego pasarían (pasaríamos) otros. | 
                         
                        
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                          | Sin  embargo, me refiero a un “salto inicial” ajeno a dichas metáforas. Si lo hubiese  narrado el propio Rivera, seguramente estaría dando cuenta con mayor detalle de  los pasos que precedieron al acto de lanzarse al vacío. Yo me limito al  testimonio de un amigo que se estaba preparando también para una prueba similar  y al cual su ejemplo le sirvió en muchos sentidos. Pero tal vez convenga  reconstruir ,  ante todo, algunas circunstancias de ese  momento. | 
                         
                        
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                          | El  momento era a mediados de los 60, pero en realidad nos conocíamos desde varios  años antes. Fue en 1957, hace apenas medio siglo, cuando al anotarme para el  ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA me dijeron que debía  rendir un examen de ingreso sobre “cultura general”, un invento restrictivo de  la dictadura que perseguía, torturaba  y  asesinaba obreros desde  septiembre (más  que nada diciembre) de 1955. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Los  lineamientos de lo que sería el examen eran informados por comisiones y en la  mía hice amistad con  Ricardo  Oliver. Él me propuso reunirnos para repasar  el mapa de la “cultura general” mundial, para aproximarnos al despropósito con  el cual iban a evaluarnos. Y propuso también que se nos sumara un amigo suyo  –más adelante serían cuñados- que no estaba seguro de dar el examen, pero que tal  vez lo intentara. Ya había pasado fugazmente por otras Facultades –derecho,  medicina- en busca de una profesionalización que tal vez las humanidades o las  ciencias sociales no le prometían. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Llegó  a la primera reunión y me maravilló con su solvencia intelectual, con un  despliegue de lecturas inusitado. Tal vez lo atribuí, en un primer momento, a  que había cursado su bachillerato en Montevideo –donde el padre era  diplomático- y supuse que las exigencias educativas serían allí mayores que en  Buenos Aires. Después me fui convenciendo de que no era ésa la razón, sino el  resultado de su interés, permanentemente despierto, hacia los saberes más dispares.  Para elegir uno,  cito el del Rivera  paleontólogo, que aprovechaba los viajes a la localidad de Rojas (provincia de  Buenos Aires) de donde era oriunda su mujer, para cavar al borde de un río e ir  reuniendo las piezas de un megaterio, que casi llegó a recomponer completo. Una  de las piezas no estaba precisamente en el lecho del río, sino como peso contra  el viento sobre un baño con techo de chapa. | 
                         
                        
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                          Además  de sus conocimientos sobre literatura clásica y moderna, sabía mucho en  particular acerca de las vanguardias europeas y formaba parte del movimiento  artístico MADI, un nombre que articulaba las sílabas iniciales de los vocablos  Materialismo Dialéctico. Su jefe era el plástico y poeta Gyula Kosice, de  origen húngaro, y el grupo incluía también a poetas, pintores, escultores. En  una Antología de 1955 figuran poemas de Rivera, acordes con el sesgo hermético  que los caracterizaba. Ya en ese momento se habían escindido los invencionistas  de esa vanguardia y editaban su propia publicación, encabezados hasta cierto  punto por Edgar Bayley.  Esa corriente  desembocaría en formas poéticas de mayor comunicabilidad, como la producción  del citado Bayley lo evidencia. 
                           | 
                         
                        
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                          Rivera, a su vez, fue saliendo de ese túnel  oscuro y neobarroco.  Es lo que distingue  a sus  poemas vecinos (1962), al margen de que diagrama el folleto un  escultor madí e íntimo amigo suyo,   Alberto Scopelliti. Todo el final del poema 2  da cuenta, para mí,  de una transición:  
                           | 
                         
                        
                          
                            
                              |   | 
                             
                            
                                   rodar soles hasta 
                                convertirlos en canto 
                                despojarlos de su sangre  tibia 
                                como despojamos un asno  de su niebla 
                                o arropamos una dulce guitarra 
                                de dolor o angustia 
                                una mañana con la frente  ambanderada 
                                  saldrán los sueños de sus  pequeños hangares 
                                  a convocar la nada  | 
                             
                            
                              |   | 
                             
                            | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
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                          | Un poema dedicado a Maiavovsky es otra  prueba de retorno a cierta referencialidad, por oblicua que fuera, así como las notas finales, muy de época, y que  habían proliferado a lo largo de una década en la revista Poesía Buenos Aires (1950-1960), dan pistas de su formación y de  sus preferencias: | 
                         
                        
                          
                            
                              |   | 
                             
                            
                               “  1  
                                Precursores: Nerval,  Lautreamont, Rimbaud, Baudelaire, Jarry, Apollinaire. 
                                Lucha de  adaptación del espíritu a las reglas más inmediatas de lo real previsible;  algo así como una emancipación de los hábitos  de desorden para obtener la íntima esencia  de la razón humana.” | 
                             
                            
                              |   | 
                             
                            | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | En la cuarta nota, redefine la poesía como  aquello que “Diluye el orden en desorden razonado”, hay menciones de varios  surrealistas (Jarry –otra vez-, Vaché y Cravan), un deslizamiento en las  últimas (son 9 en total) hacia el humor. La nota final, por ejemplo, empieza  así: | 
                         
                        
                          
                            
                              |   | 
                             
                            
                              “ N.N. –de buena fuente-, confunde el antisistema con su Apollinaire de  bolsillo, 
                                Nerval con los románticos, Lenin con Madame Sosostris, Kant con la Razón 
                                Pura. Se siente cohibido.” | 
                             
                            
                              |   | 
                             
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                          |   | 
                         
                        
                          | Para retomar el hilo biográfico anterior, ni  él ni Oliver rindieron el ingreso. Jorge era un erudito asistemático, un  autodidacta que disfrutaba hoy con un volumen de lógica, mañana con un tratado  de geología y pasado con la fenomenología sartreana. Pero aquellas reuniones  fundaron una estrecha amistad, los viernes por la noche estaban destinadas a  nuestro encuentro con Oliver, con Scopelliti, con Nuñez -otro ex condiscípulo  de ellos-, para seguir el programa que fuera,   aunque  siempre concluía, a las 4  de la mañana, en las mesas –entonces de madera- de Los Inmortales de la avenida  Corrientes, a varias pizzas y abundante vino. Después, veíamos amanecer en unas  mesitas –lo que los españoles llaman “terraza”- sobre la Avenida 9 de Julio y a  pocos metros de Córdoba. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | En Los Inmortales, además,  nos deleitábamos con la discoteca tanguera del  local. Ya estábamos en los míticos 60 y parte de la intelectualidad porteña comenzaba  a descubrir que las palabras de muchos tangos eran poéticas. Tal vez fue la  rendija para ir saliendo de la desenfrenada neovanguardia del 50 hacia otros  caminos más transitados. En mi caso, fue drástico el cambio entre poemas para la carne heroica (1960) y 18 poemas (1961). | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Creo que el vuelco tuvo parecida rapidez en  Rivera.  Cuando propiciamos, con Alfredo  Vignati, Susana Thénon y Juan Carlos Martelli, la hoja poética Aguaviva, que sólo voló cuatro veces,  pero donde se nota una preocupación política que ya no condecía con las poéticas  formalistas o esteticistas,  y una  editorial independiente del mismo nombre, Jorge publicó en el formato apaisado  que habíamos elegido  su segundo libro de  poemas: La explosión del sueño (1960). | 
                         
                        
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                          | Una  prueba de participación político-cultural activa fue editar el “Poema para  promover el enjuiciamiento del presidente Eisenhower” por el poeta  norteamericano Ferlinghetti, que nos vinculó con ese grupo de la beat generation.  Éramos, sobre todo, iracundos, según la  caracterización que hizo de todos nosotros Arturo Cambours Ocampo en su libro  sobre Las generaciones literarias  argentinas. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | En  cuanto a ese segundo libro, evidenciaba opciones ya sumamente alejadas de todo  hermetismo. Sea por “Diario de Hiroshima”, que certifica las preocupaciones políticas  que nos desvelaban, sea por “Epitafio para un compadre”, relacionable con  algunas huellas dejadas por el   criollismo borgeano. He aquí su texto,  antecedido por una cita de De la Púa (“…tras cartón está la muerte”): | 
                         
                        
                          
                            
                              |   | 
                             
                            
                              “Te descubro en tu  posteridad sencilla 
                                de fantasma vecinal,  fabricada en los estaños, 
                                en las calles del verano,  con rayuela, 
                                y entre cañas y ceras de  velorio, adioses al finado 
                                y coronas de papel bajo la  luna. 
                                Te descubro en unas  décimas de almacén 
                                  como un retobo agazapado, 
                                  en la tersura del  ladrillo viejo, 
                                  en los huecos sin nombre,  en los potreros. 
                                   
                                  Tu presencia se demora en  ese chirlo que te adorna 
                                  como una tarja metida en  la sangre de tus días, 
                                  en un envite de truco, en  la garganta dócil 
                                  y en el pie del  milonguero. 
                                   
                                  La muerte apenas nos dejó  estas figuras de tu vida 
                                  como una baraja  floreada.”  | 
                             
                            
                              |   | 
                             
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                          | Lo leyó en 1962, junto con algunos otros  poemas, en  el Ciclo de Poemas leídos por  sus propios autores que organizó la Facultad de Medicina en su Salón de  actos  y al que asistían –fueron varias  reuniones a lo largo de un mes- cerca de doscientas personas por noche, en gran  medida jóvenes estudiantes de diversas carreras de la UBA. La Comisión de  Cultura del Centro de Estudiantes los editaba   luego en cuadernillos. Tengo a la vista uno de ellos con poemas de Raúl  G. Aguirre, Luis Luchi, Miguel Menassa, Jorge Rivera, Gianni Sicardi y Héctor  Yánover. | 
                         
                        
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                          | Ese hábito de la lectura pública, seguida de  comentarios y discusiones, fue una práctica constante en esos años y acentuó la  necesidad de acercamiento al hombre común, la escritura de una poesía cercana  al habla cotidiana. Lo que se ha dado en llamar coloquialismo. La rendija a la  que me referí  antes ya era una puerta  completa por la cual fuimos descubriendo formas de la cultura popular en la que  nos habíamos criado y que los estudios formales habían intentado extirparnos  como ilegítima, espúrea, degradada | 
                         
                        
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                          | El pasaje del tango a otras formas previas  de la poesía popular era inevitable. Y Rivera lo cubrió con prontitud y con  solvencia erudita. Al margen de seguir con nuestra aventura poética (el Diario de poesía hoy, dos números  que dirigimos con Luisa Futuransky y René  Palacios More), el acercamiento al peronismo desde el M.L.N. (Movimiento de  Liberación Nacional o familiarmente Malena) para Jorge y desde la primera  agrupación de esa tendencia (ANDE) en una azorada Facultad de Filosofía y  Letras, que sólo hablaba dialectos de izquierda o gorilas, en mi caso, fueron  otro hito decisivo. Fuimos rebautizados “populistas” por comprender que la  literatura no estaba desgajada de sus posibles lectores, de lo que más tarde se  reconocería como nivel pragmático, y que el campo letrado no lo cubría todo,  que las rupturas artificiales entre alto/bajo ignoraban continuidades que  permitían comprender mejor el   funcionamiento de la cultura en su conjunto. | 
                         
                        
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                          | Aquellos poemas de 1962, más otros  posteriores, conformaron su libro Beneficio  de inventario (Nueva Expresión, 1963). Tiene una dedicatoria que me resulta  graciosa, por su irónica ampulosidad: “El Fénix Rivera al Fénix Romano desde la  inmortalidad”. También me dedica el último poema, “Carta de Mayo”. Pero lo más  importante es que “Historia del cielo de Buenos Aires”, una de las secciones,  trasunta –por una cita, por el nombre de Cielo para los poemas- su acercamiento  a Bartolomé Hidalgo y a la poesía gauchesca. | 
                         
                        
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                          | La editorial Nueva Expresión, que había  acompañado los dos números de una revista homónima, albergaba a un grupo de  escritores e intelectuales que serían expulsados al año siguiente del PCA por  su antiestalinismo. Allí estaban, entre otros, Juan Gelman, Andrés Rivera,  Juana Bignozzi, Miguel A. Bustos, Esteban Peicovich, etc.  Los “Epitafios de obrería” dan cuenta de una  poética preocupada por lo social pero en una línea desenganchada de los viejos  modelos boedistas. Copio el primero de los tres: | 
                         
                        
                          
                            
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                              “Arcángelo Rossi 
                                generalmente solo en Buenos Aires 
                                o en  compañía de sus deudos 
                                -unos  pocos trapos- vivió vehemente, 
                                trepado en sus andamios, 
                                en sus  silencios matutinos. 
                                Caído  parece 
                                  Más  obrero, más despojo.”  | 
                             
                            
                              |   | 
                             
                            | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Hacia 1964 comenzó a elaborar su  insoslayable  antología La primitiva poesía gauchesca, que Jorge  Alvarez editó en 1968. Y ese sello era, por entonces, la caja de resonancia de  todo lo nuevo, avanzado, cuestionador. Fue resultado de una labor minuciosa que  abarcó “Introducción”, “Noticia biobibliográfica de autores”, la antología  cuidadosamente anotada y dos anexos, uno lexicográfico y el otro bibliográfico.  Rescataba textos de Manuel de Araucho, Juan G. Godoy, Fray Francisco de Paula  Castañeda o Luis Pérez, con una actitud “distinta del cauteloso exilio en que  generalmente se las mantiene”. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
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                            | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Lo ofrecía,   modestamente, como ”una herramienta de trabajo”, aunque asimismo  reconocía que era “fruto de un sentimiento entrañable”. Para explicarlo,  recurría a argumentos muy claros: | 
                         
                        
                          
                            
                              |   | 
                             
                            
                              | “Lo gauchesco rioplatense es, de alguna manera, un factor de cohesión  con el pasado y una experiencia no desdeñable que pertenece a nuestro  patrimonio cultural. Retomar sus fuentes no es un acto de  adhesión gratuito a un país y a un ‘estilo’ perimido. Hallaremos aquí (...) un fondo de militancia, de  participación vital, que constituye el antecedente de lo más  agresivamente perdurable que se haya escrito entre nosotros.” | 
                             
                            
                              |   | 
                             
                            | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | A  continuación repasaba, con su habitual exhaustividad, los juicios que el género  gauchesco generara entre la intelectualidad nacional, los orígenes de la voz  “gaucho”, las etapas en que esta forma se desarrolló y su función integrada e  identificada “con los sentimientos populares” y opuesta, por tanto, a la  retórica neoclásica. Eso no significaba que hubieran sido payadores, sino  poetas letrados, lo cual “les ha permitido el acceso a modelos artísticos”, al  margen de que reelaboraran una métrica y un lenguaje con raíces folklóricas.  Confiaban en que los cantores errantes difundieran su producción, luego de  haber sido leída y memorizada, con las inevitables variaciones del caso. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Los posibles vehículos de difusión oral, las  diferencias entre gauchos y orilleros, el pormenorizado desmontaje de los  componentes de la forma diálogo y una presentación biobibliográfica de todos  los autores incluidos cierran esta antología, que debería se reeditada, ya que  sigue siendo de consulta indispensable para estudiantes, en un  extremo, y especialistas, en el otro. | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | El  gran salto estaba dado y podemos asegurar que lo completó su Eduardo Gutiérrez, volumen 2 de la  Enciclopedia de la Literatura Argentina que dirigía Aníbal Ford. Puedo  vanagloriarme de haberlos presentado, en el café que estaba junto a las  oficinas del Centro Editor de América Latina, en la Avenida de Mayo. Surgió de  ahí una afinidad intelectual que arrojaría como resultado varios trabajos en  colaboración, algunos de ellos reunidos muy posteriormente en Medios de comunicación y cultura popular (Legasa,  1983). | 
                         
                        
                          |   | 
                         
                        
                          | Aquel ensayo también rescata de las sombras  a un gran novelista al que sólo algunos estudios preliminares en la colección  El Pasado Argentino le habían prestado atención, pero a quien los críticos  “serios” trataban habitualmente con desprecio, desde Alberto Navarro Viola y  Martín García Mérou, a fines del siglo XIX. Con la misma precisión de la  antología gauchesca, reseña la trayectoria del folletín europeo como  antecedente inexcusable, las reacciones del público y de la crítica, los  diversos aspectos de la producción del autor: periodismo, crónicas policiales,  novelas gauchescas e históricas. Esas 55 páginas fueron el punto de partida  obligado para quienes –sobre todo en estas últimas décadas- exploraron el tema. | 
                         
                        
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                          | Bueno,  creo haber dejado un testimonio directo del pasaje –lo llamé antes salto- que  dio Rivera, si bien podríamos leerlo también como una continuidad entre los  márgenes. De la marginalidad exquisita y aislada de las neovanguardias de  mediados del siglo XX, a la marginalidad de una producción que no había  recibido aún, salvo excepciones aisladas, un tratamiento desde la historia  cultural que posibilitara ampliar el campo de lo que se consideraba literatura  hasta ese momento. De esa manera, lo que luego recibiría el nombre de  “estudios culturales” estaba naciendo en la  Argentina, aunque luego  se los  “importara” desde Inglaterra. Jorge Bernardo Rivera estuvo en la sala del parto.  | 
                         
                        
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