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                          Jorge B. Rivera.  
                            Por una historia menor de la literatura  | 
                         
                        
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                          | Diarios viejos, revistas, memorias  ignotas, fragmentos autobiográficos, cartas de letra confusa. No fueron sino  materiales dispersos provenientes en su mayor parte de archivos periodísticos y  de documentos personales los que supo buscar Jorge Rivera para mostrar por  medio de su lectura el lado omitido del canon y de la vida literaria. Materiales  dispersos y misceláneos, de hecho, que sólo una lectura sensible a lo menor puede captar y ordenar  otorgándoles un sentido. Porque lo menor también reside en la investigación y en sus fuentes. Quiero decir: no  únicamente en esa literatura que una minoría hace en una lengua mayor socavando  a la gran literatura, como nos lo enseñaron Deleuze y Guattari en su revelador Kafka por una literatura menor (1975)1, sino que también puede  pensarse en relación con la tarea crítica y el tipo de fuentes de las que se  vale.  | 
                         
                        
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                          | No me estoy  refiriendo, como puede verse, al interés por los llamados “géneros menores”,  como el artículo periodístico o el diario íntimo, que así leídos parecen  justificar su propia calificación y la ubicación marginal que les ha tocado.  Jorge Rivera ha tenido un interés indudable en esos géneros, pero lo que quiero  destacar en cambio es el hecho de que la noción de lo menor funciona en la construcción de los corpus de lectura y  como modo de leer. Se lee –Rivera leyó- el folletín y la novela popular, las  notas de Quiroga o las memorias de Gálvez y la profesionalización del escritor,  las encuestas periodísticas o los catálogos editoriales y la crisis del libro.  | 
                         
                        
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                          | La noción de  lo menor, en la crítica literaria, sobrevuela ya no el territorio de la  lingüística sino el de la sociología. Y si bien en ese desplazamiento abandona  toda sofisticación teórica, es allí donde la tarea solitaria del crítico se  articula con lo político y donde lo individual se encuentra con lo colectivo.  Allí donde el canon, la literatura institucionalizada, deja de importar como  tal, y allí donde el escritor no interesa por su estilo sino por las  condiciones que hacen posible su escritura. Lo político y lo colectivo ingresan  a los estudios literarios cuando, en determinados contextos, el investigador se  aparta de la gran literatura y de la figura consagrada de autor para atender a ciertos  materiales misceláneos habitualmente relegados, que ofrecen una historia  literaria diferente o alternativa a la oficial, con nuevos episodios y con  nuevos principios explicativos. | 
                         
                        
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                          | Por todo esto,  creo que una aproximación a la labor crítica de Jorge Rivera reclama pensar la  productividad de lo menor en terrenos que no son estrictamente los de la  literatura y hacerlo no como un mero calificativo de las fuentes, sino en el  marco de las condiciones y circunstancias en que esas fuentes pudieron ser  recuperadas, leídas y puestas en juego en el campo cultural. | 
                         
                        
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                          Desde sus inicios como crítico literario,  a fines de la década del 60, pueden detectarse dos movimientos, en principios  complementarios, en las elecciones de Rivera: uno se aleja del canon y se  acerca a la literatura popular, y el otro se desentiende de la imagen pública  de autor y explora las bases materiales de su construcción como escritor. Sus  dos primeros libros, de 1967 y 1968, ponen en evidencia ese doble interés: a la  publicación de Eduardo Gutiérrez,  donde narra a grandes rasgos la biografía del autor de Juan Moreira y da cuenta del tipo de literatura folletinesca que lo  caracterizó, le sigue El folletín y la  novela popular, cuya historización del género sirve, de algún modo, como marco  universal a la inflexión local producida por Gutiérrez. Con este  posicionamiento crítico, que combina literatura y sociedad así como géneros y  escritores, Rivera ya traza el camino que seguirá hasta el final de su carrera,  si bien desde finales de los 80 la perspectiva no se la impone tanto la  literatura como lo harán los medios masivos de comunicación.                            | 
                         
                        
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                          | Iniciarse en  el campo de la crítica con estudios sobre Eduardo Gutiérrez y sobre la novela  popular supone claramente tomar distancia respecto de formas y nombres  consagrados y contribuir a los intentos por revolucionar el canon a los que dio  lugar la década del 60 en la Argentina, aprovechando el boom editorial iniciado  en la década anterior, los nuevos y modernos lectores, los renovados valores y  estilos de vida. Por eso, más allá de la coherencia crítica de Rivera, ambos  libros no pueden entenderse sin tener en cuenta su espacio de publicación: el  Centro Editor de América latina. Mientras el estudio sobre el folletín integró  una serie de fascículos relativamente breves de temática cultural tan diversa  como novedosa, la biografía de Gutiérrez fue el segundo volumen de la serie  Enciclopedia de la literatura argentina que alternaba la presentación de  escuelas, géneros, autores y obras que o bien estaban previamente legitimadas o  bien resultaban ya conocidas con otras que no lo eran. Llamativamente y con una  dirección clara desde el vamos, la “enciclopedia” del Ceal empezaba con un  libro sobre las fuentes para estudiar la literatura argentina y seguía con  sendos libros sobre Eduardo Gutiérrez y Fray Mocho. ¿Dónde estudiar, entonces,  la literatura argentina? Sin duda, en los periódicos.  | 
                         
                        
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                          | Rivera se hizo  cargo de la apuesta y con todo el material periodístico a cuestas se enfrentó  con un nombre de escritor poco valorado y con la treintena de folletines que  había escrito. Casi todo ese trabajo reaparece, fusionado en buena medida con  el libro sobre folletín y novela popular, en el fascículo El folletín. Eduardo Gutiérrez de Capítulo, la Historia  de la Literatura Argentina del Centro Editor, cuando sale su segunda edición  entre 1979 y 1982. Como si la historia de la literatura, que no había incluido  a Gutiérrez en su primera publicación, iniciada en 1967, pudiera absorber, diez  años después, una zona de la enciclopedia. Esa incorporación muestra en parte la  eficacia, lenta pero persistente, de un proyecto iniciado por Eudeba, la  editorial de la Universidad de Buenos Aires creada por el frondicismo a  comienzos de los 60, con el cual se buscaba, como bien señala Fernando  Degiovanni, “la eliminación de las  formas jerarquizantes de capital cultural”. El año 1960 inaugura un importante  período de recomposición del canon que dura diez años y que conlleva una  transformación –según Degiovanni en su análisis de las formaciones canónicas en  la Argentina- “no sólo de los nombres y títulos considerados como referentes del  capital cultural hasta entonces, sino también de los usos que debería otorgarse  a los discursos del pasado”.2 De hecho, Juan Moreira de Eduardo  Gutiérrez había formado parte de la Serie del Siglo y Medio de Eudeba en 1961,  cuando se publicó con un prólogo de Bernardo Verbitsky (escritor procedente de  una camada más tradicional entre los que participaron del proyecto), pasando  así de las filas de las ediciones populares de Maucci a fin de siglo o de Juan  Carlos Rovira en los años 30 a una edición de corte masivo legitimada por la  academia.  | 
                         
                        
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                          | El gesto, enfatizado  con la publicación de los Croquis y  siluetas militares de Gutiérrez, es elocuente, y pone en evidencia el tipo  de formación de los jóvenes estudiantes y profesores de los años 60 que se  incorporan a finales de la década al proyecto del Centro Editor de América  latina, dirigido por Boris Spivacow, una vez frustradas las expectativas puesta  en Eudeba a causa, sobre todo, de la intervención del gobierno militar. | 
                         
                        
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                          | Ese contexto, sin embargo, no sólo es  para Rivera el de formación intelectual y el que le ofrece un lugar de  iniciación profesional, sino que –a diferencia de lo sucedido con otros  críticos que participaron de Eudeba y del Centro Editor- él opta  definitivamente por el camino que conduce hacia las formas populares y encara  su relevamiento y puesta en circulación. El gesto sesentista de  desjerarquización y relegitimación, que se hace desde una posición que cruza,  por motivos tanto personales como políticos, el criterio académico con la  convicción de una literatura “al alcance del lector interesado” –como reza la  contratapa de la Enciclopedia de la literatura argentina del CEAL- termina  siendo inherente a Rivera y su perspectiva crítica. | 
                         
                        
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                          | Pero ¿qué es exactamente lo que resulta  atractivo, por entonces, de Eduardo Gutiérrez y sus folletines? ¿Qué, por  encima de la mera exhumación de diarios viejos y del rescate de folletos o  libros malamente editados entre los 80 y las primeras décadas del siglo? El  vínculo entre un tipo de escritor periodista y una forma narrativa folletinesca  vienen a dar una respuesta inmejorable, a la vez, a la cuestión de la  literatura popular y a la pregunta por las condiciones de posibilidad material  de la escritura, temas ambos que contribuyen a la expansión del concepto de  literatura y a la desmitificación de la figura de autor propia de esos años. Más  todavía: Gutiérrez y sus folletines populares permiten encontrarle, como no  ocurre en el campo más conocido de la cultura letrada, un nuevo origen, de  corte popular y material, a los problemas de la literatura y del escritor que siguen  siendo acuciantes en el siglo XX. | 
                         
                        
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                          | Por la misma  época, la búsqueda de los orígenes también alentaba el libro de Rivera sobre la  primitiva literatura gauchesca, donde se ponía en evidencia un modo innovador  de correr a Martín Fierro del canon para devolverlo a una tradición más compleja  que la puramente independentista (para la cual la gauchesca habría empezado con  los cielitos de Bartolomé Hidalgo en la década de 1810) y cuyos inicios se  remontaban a los tiempos de la colonia en el contexto de los enfrentamientos  entre españoles y portugueses por las tierras que luego corresponderían a la  Banda Oriental. Acompañado de un prólogo explicativo que permite imaginar el  proceso de investigación, el libro reproduce esa “primitiva” literatura  poniendo al alcance del lector fuentes hasta el momento no solo inhallables  sino desconocidas. Pero lo que resuelve el par formado por la biografía de  Gutiérrez y los estudios sobre folletín va más allá de los problemas de la  literatura popular en el siglo XIX, evidentemente condensados en la gauchesca,  porque es la punta de lanza para avanzar en el siglo XX e incursionar en la  cultura vinculada con los medios masivos de comunicación. Lejos de la cultura  letrada, del libro y la biblioteca como signo de distinción, esta suerte de  historia de la literatura y del escritor, que incluye lo popular y lo material,  menciona los diarios, el papel, la tinta, las tiradas, los pagos, el trabajo,  recurriendo a la prensa, las cartas y las memorias. Y encima, lo hace mientras  habla no solo de literatura sino que alude también a la historia y la realidad  ya que, aunque Rivera no se detiene en ello ni avanza en esa línea, aclara que  las historias narradas por Gutiérrez en los folletines son historias reales.  | 
                         
                        
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                          Iniciado en la literatura pero sin  dedicarse tanto a la la lectura de los textos como a sus soportes y contextos,  Rivera privilegió cada vez más la mirada sociológica e incorporó otro tipo de  textos –aquellos considerados no literarios- como fuentes en las que recabar  información. Complementariamente, también, avanzó en las investigaciónes sobre  los fundamentos materiales de la actividad del escritor. Su participación en la  reedición de Capítulo de comienzos de  los 80, que abre, como dije, con El  folletín. Eduardo Gutiérrez, se continúa con una serie de fascículos que  forman en sí mismos una breve historia de la profesión del escritor y del libro  entre 1810 y 1970: El escritor y la industria cultural. El camino hacia la  profesionalización (1810-1900), La forja del escritor profesional (1900-1930). El  escritor y los nuevos medios masivos, El auge de la industria cultural (1930-1955) y Apogeo y crisis de la industria del  libro (1955-1970).  
Si se presta atención a la variación de  los títulos, es notable cómo indican el cambio fundamental que va de la  importancia de la figura de autor al protagonismo de una industria cultural  que, si bien nunca llega a subsumir a los autores más importantes, neutraliza o  iguala a la mayoría. | 
                         
                        
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                          | Ese tipo de observaciones le debemos a la  intensa labor de investigación de Jorge Rivera. No una lectura menuda de los  textos ni una teorización sobre las transformaciones del campo cultural, pero  sí la generosa exhibición de las fuentes, de información nueva y reveladora. La  exposición, en Rivera, como un modo de organizar la historia literaria, como  materia prima de otros relatos o análisis. En ese punto, es donde se potencia  la importancia irreductible de lo menor como misión del investigador. Sin lo  menor, que sólo ciertos contextos incitan a descubrir, no habría cambiado el  canon, no se habrían redefinido los valores, tampoco se habría vuelto a contar  la historia de la literatura como se ha hecho en los últimos años. Lo menor es  requisito de una política de la crítica cultural que asume un interés colectivo,  y que Rivera dejó allí, a disposición de todos, para construir nuevas hipótesis  y discutir viejos argumentos. | 
                         
                        
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                              | Notas | 
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                              1 Gilles Deleuze y Felix Guattari, Kafka  por una literatura menor (1975), México, Era, 1978.   | 
                                | 
                             
                            
                              2 Fernando  Degiovanni, “Revoluciones textuales: formación canónica y  conmemoración política en Argentina”, en Graciela Batticuore  y Sandra Gayol (comps.), Tres momentos de  la cultura argentina: 1810-1910-2010, Buenos Aires, Universidad de General  Samiento-Prometeo, 2011.  | 
                                | 
                             
                            
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